domingo, 27 de abril de 2014
JUAN XXIII
Juan XXIII (Sotto il Monte, 1881 - Roma, 1963) Pontífice romano, de nombre Angelo Giuseppe Roncalli. Era el tercer hijo de los once que
tuvieron Giambattista Roncalli y Mariana Mazzola, campesinos de antiguas raíces
católicas, y su infancia transcurrió en una austera y honorable pobreza. Parece
que fue un niño a la vez taciturno y alegre, dado a la soledad y a la lectura.
Cuando reveló sus deseos de convertirse en sacerdote, su padre pensó muy
atinadamente que primero debía estudiar latín con el viejo cura del vecino
pueblo de Cervico, y allí lo envió.
Por fin, a los once años ingresaba en el seminario de
Bérgamo, famoso entonces por la piedad de los sacerdotes que formaba más que
por su brillantez. En esa época comenzaría a escribir su Diario del alma, que
continuó prácticamente sin interrupciones durante toda su vida y que hoy es un
testimonio insustituible y fiel de sus desvelos, sus reflexiones y sus
sentimientos.
En 1901, Roncalli pasó al seminario mayor de San Apollinaire
reafirmado en su propósito de seguir la carrera eclesiástica. Sin embargo, ese
mismo año hubo de abandonarlo todo para hacer el servicio militar; una
experiencia que, a juzgar por sus escritos, no fue de su agrado, pero que le
enseñó a convivir con hombres muy distintos de los que conocía y fue el punto
de partida de algunos de sus pensamientos más profundos.
El futuro Juan XXIII celebró su primera misa en la basílica
de San Pedro el 11 de agosto de 1904, al día siguiente de ser ordenado
sacerdote. Un año después, tras graduarse como doctor en Teología, iba a
conocer a alguien que dejaría en él una profunda huella: monseñor Radini
Tedeschi.
A lo largo de esos
años, Roncalli enseñó historia de la Iglesia, dio clases de Apologética y
Patrística, escribió varios opúsculos y viajó por diversos países europeos,
además de despachar con diligencia los asuntos que competían a su secretaría.
Todo ello bajo la inspiración y la sombra protectora de Tedeschi, a quien
siempre consideró un verdadero padre espiritual.
En 1914, dos hechos desgraciados vinieron a turbar su
felicidad. En primer lugar, la muerte repentina de monseñor Tedeschi, a quien
Roncalli lloró sintiendo no sólo que él perdía un amigo y un guía, sino que a
la vez el mundo perdía un hombre extraordinario y poco menos que insustituible.
Además, el estallido de la Primera Guerra Mundial fue un golpe para sus
ilusiones y retrasó todos sus proyectos y su formación, pues hubo de
incorporarse a filas inmediatamente. A pesar de todo, Roncalli aceptó su
destino con resignación y alegría, dispuesto a servir a la causa de la paz y de
la Iglesia allí donde se encontrase. Fue sargento de sanidad y teniente
capellán del hospital militar de Bérgamo, donde pudo contemplar con sus propios
ojos el dolor y el sufrimiento que aquella guerra terrible causaba a hombres,
mujeres y niños inocentes.
Concluida la contienda, fue elegido para presidir la Obra
Pontificia de la Propagación de la Fe y pudo reanudar sus viajes y sus
estudios. Más tarde, sus misiones como visitador apostólico en Bulgaria,
Turquía y Grecia lo convirtieron en una especie de embajador del Evangelio en
Oriente, permitiéndole entrar en contacto, ya como obispo, con el credo
ortodoxo y con formas distintas de religiosidad que sin duda lo enriquecieron y
le proporcionaron una amplitud de miras de la cual la Iglesia Católica no iba a
tardar en beneficiarse.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Roncalli se mantuvo firme
en su puesto de delegado apostólico, realizando innumerables viajes desde
Atenas y Estambul, llevando palabras de consuelo a las víctimas de la contienda
y procurando que los estragos producidos por ella fuesen mínimos. Pocos saben
que si Atenas no fue bombardeada y todo su fabuloso legado artístico y cultural
destruido, ello se debe a este en apariencia insignificante cura, amable y
abierto, a quien no parecían interesar mayormente tales cosas.
Una vez finalizadas las hostilidades, fue nombrado nuncio en
París por el papa Pío XII.
En 1952, Pío XII le nombró patriarca de Venecia. Al año
siguiente, el presidente de la República Francesa, Vicent Auriol, le entregaba
la birreta cardenalicia. Roncalli brillaba ya con luz propia entre los grandes
mandatarios de la Iglesia. Sin embargo, su elección como papa tras la muerte de
Pío XII sorprendió a propios y extraños. No sólo eso: desde los primeros días
de su pontificado, comenzó a comportarse como nadie esperaba, muy lejos del
envaramiento y la solemne actitud que había caracterizado a sus predecesores.
sábado, 19 de abril de 2014
domingo, 13 de abril de 2014
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